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  • Rodolfo Loyola

¿Y nosotros qué?

Publicado originalmente en Reflexiones Ciudadanas en marzo de 2015

La situación actual, comparada con la que vivimos en 1994 presenta cierta similitud: entonces, como ahora, nos quedamos en la antesala del primer mundo. La realidad nos ha golpeado de nuevo y nos confronta con el México que somos: un México desigual, con falta de liderazgo, con graves problemas de corrupción, con una democracia inmadura y altos niveles de violencia en diversas regiones. (Ver el reporte Outlook on the Global Agenda 2015)

¿Qué nos pasa? es una pregunta que me surge de forma inmediata. Según mi lectura, el problema es estructural. Queremos enfrentar los retos contemporáneos con un esquema en el que gobierno, sector privado y partidos políticos han formado un triángulo. La ciudadanía ha quedado excluida, en parte, por nuestra propia decisión. Hemos renunciado a participar, a imaginar nuestro futuro. Abandonamos el espacio público. Ahora, sí asumimos nuestra responsabilidad por la renuncia, no debemos quejarnos y comenzar a buscar posibilidades de acción.

Es cierto que el número de organizaciones de la sociedad civil crece: sin embargo, el esfuerzo está fragmentado, duplicamos esfuerzos y nos falta entendimiento, tanto de la situación actual, como de la forma de abordarla. El triángulo está cerrado y tiene una estructura férrea.

En estos días está en proceso de aprobación el Sistema Nacional Anticorrupción, lo cual es una buena noticia. Me imagino dicha noticia como cuando un médico le comunica a su paciente, en estado grave, que hay un nuevo tratamiento para su enfermedad. Sólo renace una esperanza que, tal vez o tal vez no, mueva al paciente a transitar el difícil camino de un tratamiento nuevo del que se sabe muy poco.

Así estamos ahora, tenemos un esbozo de tratamiento. Falta toda la reglamentación, que es dónde, según he escuchado, se esconde el diablo. ¿Y nosotros los ciudadanos, qué?

Como ya nos ha pasado, celebraremos el gran avance que representa dicho sistema e imaginaremos una gran pecera repleta de peces gordos que, si no actuamos diferente, solo existirá en nuestra imaginación.

Sara Sefchovich escribió es un reciente articulo en El Universal:

Quizá tiene razón Bruno Laurier cuando con crudeza afirma que todo lo que se hace “sólo sirve para darle empleos y ocupación a legisladores y burócratas, para forma y sostener ONG y conseguirles recursos nacionales e internacionales”. O quizá, la que tiene razón es Susan George, cuando afirma que no importan las medidas que se tomen, nada de esto se podrá “componer” dado que es la consecuencia inevitable de un sistema: “No se trata de una cuestión técnica, de un conjunto de acciones mejores o peores, ni siquiera de recursos destinados a ello, sino de una cuestión estructural”.

A pesar del tono pesimista, existe un diagnostico: Es estructural, producto del propio sistema.

Cambiar el sistema no es trivial ni sencillo; sin embargo, existe un camino de acción que nos puede llevar a su modificación. En el pasado, una forma de querer cambiar el sistema es atacándolo, lo que provoca reacciones defensivas que lo endurecen y lo torna menos flexible.

Entonces, la manera de cambiarlo es considerando la acción de una parte adicional, que hasta ahora ha permanecido con una presencia ausente: La ciudadanía organizada, no para atacar, sino para imaginar su futuro y actuar en su propia comunidad. Una comunidad que piensa en forma global y actúa localmente.

Al hacer el sistema más complejo, con más interacciones, tendremos un sistema diferente que producirá resultados diferentes.

Así pues, la pregunta ¿Y nosotros qué? nos presenta una disyuntiva: o reclamamos o diseñamos nuestro espacio de actuación.

Creo que debemos aprender de nuestros errores como sociedad: nadie resolverá nuestros problemas. Dejarlos para que alguien más lo haga es un riesgo que hasta ahora no hemos valorado con seriedad.

¿Cómo comenzar? Sigamos el consejo de Epicteto de Frigia: El hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos.

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