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prólogo

 

Eduardo Parra Ramírez

Suele creerse que el principal atributo de un escritor es el intelecto puesto al servicio de ideas. En verdad, los libros perdurables, los que son espejos intemporales del hombre, son obras del espíritu. El valor de la sabiduría de un creador se comprende cuando se pone en perspectiva. Los mejores escritores son los que supieron visitar el centro del Enigma y volvieron para pronunciarlo. Por eso el artefacto de palabras solicita la imagen, más que el concepto. No le faltó razón a Carlos Fuentes quien, en sus indagaciones sobre el arte literario, afirmó que un artista no sabe: imagina. La imaginación es el nombre del conocimiento en una obra literaria. La razón de ello es que un literato con su obra no está transmitiendo un saber sino una versión del mundo.

El escritor artista se forma en un taller, incluso en uno privado y solitario, donde opera cierta forma de la alquimia: transforma frases en ritmos, paisajes en atmósferas, objetos en símbolos, personas en arquetipos, mentiras en mitos. Sus nociones no son las coordenadas de lo conocido, de lo certificado, de lo científico. Dispone de un conjunto desordenado de despropósitos que le son útiles. Ahí figuran la desorientación, el silencio, la superstición, el antojo, el riesgo, el contacto con músicas internas e in- quietudes antiguas. Y, cada tanto, la magia del acierto, la llave del equilibrio.

 

Un narrador de cuentos pone en juego tres habilidades esenciales: el ojo para encontrar una historia redonda, la intuición para reconocer el mensaje significativo que hay detrás de ella y la pericia para evidenciar ese mensaje por medio de una experiencia estética. Tanto más arduo es el arte del cuentista cuanto más breve es su artefacto ya que, con precisión de relojero y concisión de poeta, reducirá la exposición de sus hallazgos, hasta lograr una pequeña joya: magnífica en su revelación, resplandeciente en su lenguaje.

Los cuentos breves que conforman el libro Desnudo, de Rodolfo Loyola Vera, son espléndidos destilados, dignos representantes de esa tradición literaria. Dueño de un talento que nace en el ojo y se calibra en el oído, el autor conoce los secretos del oficio. Demuestra que los grandes misterios del mundo piden manifestarse mediante gestos sutiles, sesgados, sin grandilocuencia ni explicaciones inútiles. Esgrime un fino sentido del humor bajo el cual se adivina la malicia que mantiene a sus cuentos lejos de la prédica, la ingenuidad y el resentimiento.

Loyola Vera hace a sus personajes, parafraseando a Neruda, lo que la primavera hace a los cerezos. Les permite durar y asomarse lo suficiente para ser captados en su esencia. Los mira con perplejidad y fascinación desprovistas de complacencia. Asume el riesgo confesional de narrar en primera persona pero no tropieza en justificaciones ni pontifica a través de las anécdotas ni insiste en transitar siempre los mismos derroteros. Los numerosos “yo” que hablan a través de su pluma son temperamentos diversos, retratados en la sombra de su drama, en la sordidez de su tragedia o en la declaración de su destino. Aquí la moral es una preocupación sin prescripciones, un laberinto sin guía de turismo.

Desnudo no quiere ser un libro que milita en la verdad. En su autor hay un afán de explorar diversas versiones de una realidad escurridiza y cambiante. Ya sea en visiones realistas o fantásticas, la realidad se nos convida con la única ley posible para el arte: que sea admisible y capaz de hospedarse en el entendimiento y el corazón de su lector.

Frutos de la disciplina y de un sostenido apetito creativo, estos cuentos nos dicen quiénes somos, porque las más depuradas y honestas obras de la sensibilidad humana siempre nos hablan de una creatura esencial, en cualquier tiempo y sobre cualquier tierra. Quien lea Desnudo, debut literario inusual por su madurez creativa, no podrá sino estar de acuerdo en la sentencia de Julio Cortázar, según la cual quien elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene “esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande”.

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COMENTARIOS

ENTRADA / DESNUDO

Rodolfo Loyola Vera, Desnudo, Libros de Mano, México, 2016.

Buen prólogo de Eduardo Parra, dice cosas esenciales sobre el cuento y los textos breves de Rodolfo Loyola.

Tras el torrente de Francisco Caracheo, “¿Por qué leer estos cuentos?”, acierta en su sugerencia: leer despacio.

Yo leí los textos de atrás hacia delante y dando saltos y caminando por las calles de mi colonia y en el jardín de la Burócratas.

El palabrero ya escribió su punto de vista: “Lava enfriada”, en el archivo adjunto en Word.

Una pregunta ardiente.

Cuando el escritor escribió: “Tengo que escribir…”, ¿escribió por puro gusto o por necesidad? El placer y la fatalidad son parte de la libertad. Frente al paso del tiempo y la muerte. Amén.

     Julio Figueroa. Qro. Qro., La Presidentes, domingo 12-III-2017.

Hola, estimado Rodolfo. He terminado de leer tu libro. Hay un cuidado inmenso por el lenguaje en cuatro tiempos. Bravo!! El primero es el viaje al abismo, al delirio, a la luz de la conciencia, DESNUDO-DESNUDO.. El viaje incesante al tren de la anagnórisis, tan ausente en nuestros días. En la segunda parte, Onírico como impulsos surrealistas para cine...En el tercero, como un tercer acto, Encuentros con trece relatos, quizá más realistas, es una búsqueda, otra vez, con uno mismo...Y el cuarto tiempo es REVELACIONES...Son como como cuatro juegos distintos en un espejo múltiple de uno mismo. Bravo!! Felicidades por la pasión por la palabra...Por la búsqueda infinita en el viaje más peligroso de todo ser humano: LA TRÁGICA ANAGNÓRISIS..LA SUBLIME ANAGNÓRISIS...que hace de las llagas más profundas, del dolor más inmenso, HERIDAS DE LUZ...Por supuesto, de agradece la LÚDICA IRÓNICA...Un fuerte Abrazo. Salud!!           Javier Velázquez

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